martes, 20 de abril de 2010

LASA: Microcampo de sensibilidad


Por Magaly Espinosa, critica de arte cubana


El barrio de San Agustín tiene algo más de 40 años de historia. Formado en su mayoría por edificios construidos mediante el sistema cooperativo de microbrigadas, posee la impronta de una pequeña ciudad en la que no abunda la belleza en sus espacios públicos, ni la urbanización pensada para el disfrute social con parques adecuados, tiendas, cines, bares y cafés. Por ello, es doblemente valiosa la obra del laboratorio artístico de san agustín.
A sus gestores, el artista Candelario y la curadora e historiadora del arte Aurélie Sampeur, se debe la creación de ese proyecto artístico pensado y dirigido a las necesidades de los artistas de tener una plataforma experimental en el espacio público cubano. Ellos han contado, a su vez, con la ayuda de un grupo de técnicos y obreros san agustinenses en la organización y preparación de los mismos, como sucedió con la presencia del proyecto en el marco de la X Bienal de La Habana, del año 2009.



En nuestro país, la experiencia de proyectos de este tipo no es tan rica como lo son los happening y los performances, que a lo largo de estas últimas décadas han irrumpido los sitios de actividad social.
De ahí el porque, pensar en el “código de honor” que lo sustenta provoca admiración. A los artistas invitados se les pide que sus obras tengan en cuenta la vida cotidiana del barrio, que piense en ella, la arquitectura, el urbanismo, la economía, en los hábitos, las costumbres, las creencias, el imaginario, la cultura oral, todo aquello que sin venir de una sólida tradición, conforman las aspiraciones e ilusiones que hacen llevadera la vida cotidiana.
Como sus propios gestores afirman, se trata de crear experimentaciones contextuales sobre una identidad en formación y por ello es más tentadora e incierta la oferta de participación.
A pesar de ello, el barrio, con la labor de Lasa, ha visto nacer poco a poco unas sutiles redes de comunicación, vecinal, comenzando así un lento aprendizaje de la participación pública, lo que facilitará crear referencias de aquellas zonas más activas y sólidas con las que la práctica artística pueda entroncarse.

Entre lo lúdico y el aprendizaje que modela los sentidos y la sensibilidad, se han desplazado algunas de las propuestas de los artistas invitados, propuestas que como pretenden los gestores del proyecto, le sean propias a un arte que se inserta en el medio social. Bajo esta inserción, la acción artística se teje por los laberintos de la cultura cotidiana activándola, documentándola, y creando inestimables lugares donde se pueden emplazar intercambios que logran dialogar con el medio social.

La experiencia se territorializa convirtiéndose en el caudal que nutre al arte: el viaje se ha invertido, pues el artista es absorbido por el acontecimiento que él mismo ha estimulado, creando un nuevo escenario que la ciudad toda agradece. Además de divertirse y compartir experiencias, se empieza a percibir la manera en la que puede renovarse el intercambio social. Viéndolo desde el punto de vista artístico LASA revitaliza a su vez los procesos creativos de los artistas, pues la obra es realizada en el contexto y con el contexto, quedando una huella imperecedera del diálogo arte y espacio.

LASA logra de esta forma despertar la localidad hacia sus sentidos más personales.